Nicolás Maduro renueva hoy su mandato como presidente de una Venezuela con tintes espectrales: la falta de alimentos, la escasez de productos básicos o el derrumbe del sistema sanitario infligen un castigo de proporciones bíblicas a los venezolanos. Esto es, a los que quedan, puesto que unos 2,5 millones han huido ya del país y de sus penalidades, lo que supone más del 7% de la población. Una catástrofe sin precedentes en la historia reciente de América Latina.
Este es el trágico trasfondo sobre el que se celebra la farsa de la toma de posesión de Maduro, para un mandato que teóricamente habrá de durar hasta 2025. Trae ello cuenta de las elecciones de mayo del año pasado, en las que los principales partidos de la oposición se negaron a participar por falta de garantías democráticas, y que fueron consideradas un burdo fraude por las principales potencias de América Latina, EE UU y la UE. España no envía representación diplomática alguna a la ceremonia.
Venezuela desciende así un nuevo círculo en la deriva autoritaria. Todo apunta a que la arremetida del chavismo de Maduro contra sus críticos, centenares de los cuales se consumen en las cárceles del régimen, no hará más que arreciar, sin que se vislumbre esperanza o salida alguna a la crisis económica, política y social que carcome hasta los cimientos al país caribeño.